Relatos de Ficción

20070927

Relatos de ficción IV

Recordaba tendido sobre la alfombra el aroma que expedían sus cabellos cuando el reloj le sacó de sus cavilaciones. Eran las seis de la tarde y si cerraba bien los ojos vería de nuevo las incontables veces en que ese mismo reloj les sorprendió en medio de una charla sin sentido, una mirada interminable, un beso refrescante en una tarde veraniega o un cálido abrazo retando el incipiente otoño. Pero era lo suficientemente precavido y abría sus ojos antes de que le invadiera el recuerdo de la gracia de su vientre, aquel sobre el cual había reposado con sosiego esperando que el mismo reloj marcara las seis de la tarde.

Sin embargo, el recuerdo del fulgor de esa sonrisa que ella solía entregar a plenitud solo para él le ganó la partida, y un intenso palpitar retó el ritmo cadencioso del reloj. Esa explosión de sangre en su cabeza bastó para desplazar cualquier emoción de su mente – porque hace tiempo que no sentía con su corazón – y desató una zozobra insana, producto de esa ausencia que se disponía a dejar de lado cuando el reloj marcó las seis de la tarde. Ya antes había notado que extrañar no era algo ajeno a él, y estaba conciente que ahora que ella no estaba todo a su alrededor retomaría ese magro aspecto de los día que le precedieron. Esa mezcla de ira y desespero hacía el aire más denso, y cada respiro jugaba con ser el último. Ya el reloj dejaba las seis de la tarde en el olvido, y mientras la resignación que acompaña a un ser solitario hacia mella en él, la puerta se abrió.

Eran las siete de la noche y de nuevo el cálido vientre de su amada sostenía su cabeza que con ironía, tristeza y placidez recordaba los instantes que de seguro se repetirían con su amargo consentimiento.